Tuesday, November 19, 2013

A puertas cerradas



Christiano Betta http://www.flickr.com/photos/cristiano_betta/366892415/
          
            Ey, ¿quién eres tú? Te pareces a Gerard Butler, con esos ojos claros, la tez morena y paseándote así, como recio espartano. ¿Que haces aquí plantado, como un arbolito? ¿No te abren la puerta?
            A propósito no saco la llave del bolso mientras avanzo hacia mi portería. Esa clase de chicos no son para mí, pero me gustan las volteretas mentales, jugar con la idea de que podrían serlo.
            — Hola
            empiezo a escarbar en el bolso. Él me mira y me contesta con un asentimiento cordial de cabeza. Sigo buscando en el bolso, no lo puedo evitar, las llaves no aparecen. Me encuentro entre él y el timbre. Cuando estoy en medio, estoy en medio, y lo sé; doy un paso atrás. Él pica otra vez, yo sigo con la llave. Algo hace clic clic en el interfono, pero nadie habla. ¡Aquí está la llave! Abro, le miro, pero él sacude la cabeza. Mientras la puerta se cierra detrás de mí escucho como vuelve a darle al timbre.
             
            Tres semanas más tarde no funciona el ascensor y gracias a que vivo en el último piso, me toca una escalada de los siete plantas con las compras. En la sexta, me lo encuentro de nuevo, delante de una puerta. No sé quién es más patético, él pasándose la vida de eterno exterrado o yo bufando como un toro con mis compras a cuestas. Nos saludamos con una mueca.

            Desde entonces me lo encuentro de vez en cuando del brazo de mi vecina o al salir del metro. Una vez me topo con él delante del Fotofix del Alcampo. Me estoy limpiando tachones de boli que tengo en la cara frente al espejo exterior de la máquina, cuando de repente él sale de la cabina. ¡Vaya sorpresa! No sé si me reconoce, su "hola" queda en asentimiento de cabeza. Lo que sigue es el famoso y siempre bochornoso baile del izquierda-derecha-izquierda, porque yo, ¡sí señor!, siempre estoy en posición estratégica entre él y su objetivo, esta vez: sus fotos. Me quedo clavada, sin casi respirar y con los ojos cerrados. Ahora puede deslizar su brazo músculoso y sacar sus fotos del dispensador. Huele a sándalo. Siento como si se detuviese un segundo, casi siento el calor de su rostro junto al mío, pero cuando abro los ojos ya no está.

            Me lo encuentro cogido de la mano como un tortolito el día de San Valentín; lo descubro en el parque, haciendo malabares imposibles para subir por el tronco de una palmera, a punto de partirse la crisma para recuperar la bendita gata de su novia; lo veo una y otra vez en el Caprabo, siempre enfrascado con la misma cajera, que le demora en cobrarle los productos mientras le cuenta los últimos chismes del barrio, pone cara de gato al que le van a dar un baño. Un día le encuentro queriendo ayudar a una anciana a cruzar la calle, pero ella indudablemente piensa que se trata de un atraco y le da duro y duro con el bolso, me río tan fuerte que de repente se gira hacia mí y me ve. Yo me sonrojo, sonrió indefensa y quito de allí.

Hoy es domingo, la juerga de anoche estuvo genial pero mi cabeza está que estalla. Tengo que ponerme a hacer trabajos, dejar ya la cama. Pongo agua para café. En pijama, bata y zapatillas decido aventurarme hasta la entrada a recoger el periódico semanal. Bajo en ascensor, abro la puerta de la calle y me estiro para pescar el periódico de mi buzón. Regreso al ascensor, hoy no estoy para escaleritas. Cuando estoy delante de la puerta me doy cuenta de que no puedo abrirla. Me he dejado la llave colgada por dentro. ¡Bravo Einstein! A ver como doblas el espacio/tiempo para teletransportarte al interior... Si al menos mi obsesión compulsiva por estar comunicada me hubiera obligado a bajar con el móvil... Pero no, precisamente hoy, a mi obsesión n° 134 le apetecía quedarse remoloneando en la cama.
Pongo el periódico sobre el primer escalón de las escaleras y me siento encima a pensar, a ver qué se me ocurre. Hundo la cara en las manos. ¿Qué voy a haceeeer?
De repente escucho un ruido, algo se ha movido en el piso de abajo. Miro a través de mis dedos y le veo: Gerard Butler 2. ¡¿Qué haces aquí?! La sangre se me dispara a la cabeza. Estoy con el pijama que mi tía me regaló hace 4 años, el azulito de franela, con dibujos de conejitos, completamente descolorido...  Por si fuera poco, la bata va a juego, con zanahorías rimbombántes y medio cuello descocido. Wuuuaaaahhhh, ¡trágame tierra! ¡por favor! ... ¡Ahora! ¡Ahora!
No quiero quitar mis manos de mi cara, pero sé que él sabe que le he visto. Siento que me está mirando. ¿Por qué yo?¿A qué viene tanto desbalance con mi karma? Si fui buena chica ayer.
Pero el destino no acepta protestas, reclamaciones ni devoluciones, así que no me queda otra que tragar saliva, bajar las manos y disimular con la sonrisa más inocente y angelical de la que soy capaz en un momento así. ¡Y vaya si soy capaz!
Dejo de sonreir para que angelical e inocente no se conviertan en boba e insegura.
            ― ¿Y tú qué haces otra vez esperando delante de la puerta?
Él esboza una sonrisa triste. Me levanto, me acomodo la bata y bajo los escalones. Gerard 2 está sentado en el descansillo. Recién al acercarme veo que va acompañado de un cartón lleno de cosas. No me atrevo a fisgonear de verdad, pero con el rabillo del ojo alcanzo a ver que hay un enorme conejo de peluche. ¿Ves?¡Hacemos pareja! ¡Está claro!... Pero recién caigo en la cuenta de lo que significa la caja.
― Oh, lo siento, ¿son tus cosas?
― Pues sí, ...
― Ya veo. ... Lo siento.                                                       
Sacude los hombros,
― ... ya se veía venir...
Pone una cara de pobretón que me dan ganas de coger sus mejillas entre mis manos y decirle que todo irá bien, que al final siempre todo va bien. Aunque esta frase sea una holliwotada del copón y los finales sean inexistentes.
― Vamos, te invito a un café...  ¡eh!  .,   .,   .,
Me mira raro. No sé qué cara estaré poniendo, pero seguro que se asemeja a un grave accidente de tráfico. La llave, el café, el fuego, el café, el fuego, el fuego.
― ¡Mierda!
― ¿¿Qué??
― ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
― ¿¿Qué?? ¿¿Qué?? ¿¿Qué??
Gerard 2 me confunde. ¿En qué momento hemos cogido tanta confianza que me pueda tomar el pelo?...  Da igual, déjalo, ¡concéntrate! ¡Mierda! Me giro hacia la pared, intento reordenar mis ideas. Estoy sin llave, sin teléfono, sin dinero y con media taza de agua esfumándose como un fantasma sobre la vitro. Ya veo el edificio con corona de fuego. Empiezo a darme golpes contra la pared. Tonta, tonta, tonta.
― Eh, tía, ¿qué te pasa?
Se ha levantado y está a mi costado, con cara de haber visto un gremlin gigante en tutú de bailarina.
No sé si reir o llorar. Hago los dos.
― Eh, eh, pero bueno, ¡¿qué?!
­― Me he dejado las llaves dentro, y... ¿te acuerdas del café? ... Pues tengo poderes psíquicos y ya supe que te lo ibas a tomar conmigo, por eso ya lo puse a hervir antes de salir y cerrar la puerta. ¿Qué te parece eso?
Suelta una carcajada. Yo ya no entiendo nada. Me retuerzo hasta encogerme. Ya no puedo más.
De repente siento su mano sobre mi hombro.
― Vale, déjame a mi...
Saca su móvil y se hace cargo.

Después de esto no creo que, Gerard 2, que en verdad se llama Martín, tenga que esperar nunca más delante de la puerta de una novia suya. Me giña el ojo como si fuesemos a compartir todos y cada uno de nuestros best of de momentos más embarazosos de ahora en adelante. Y yo siento que me puedo perder en esos ojos grises llenos de chispitas almendradas y esa sonrisa pícara que borra todo mal y tiene sabor a nueces.
      
***
           

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