Friday, May 24, 2013

El grano de arroz



 Este cuento lo copie de "Cuentos para regalar a personas inteligentes" (p.81) de Enrique Mariscal. Las historias de este libro son o netamente de su propia pluma o inspiradas en la tradición oral, sin dar más especificaciones, les dejo con el cuento:

La vida nos pone, a veces, ante pruebas muy dolorosas. La visita de lo irreparable, o nos fortalece o nos quiebra.
Solamente la comprensión puede ofrecer un remanso de paz especialmente cuando uno ha sentido las raíces del sufrimiento.

Un padre no encontraba consuelo por la muerte de su hijo. Buscó ayuda por doquier, sin respuesta suficiente. Las palabras o los silencios le resultaban huecos,cuando no insultantes. La vida: un total absurdo.
Se acercó a Buda con reservas, desesperanzado, y le contó su drama. El maestro respondió con segura compasión:
-          “No te preocupes. Lo tuyo tiene inmediato alivio. Es muy sencillo: Debes conseguir que alguien te regale un grano de arroz. Nada más.”
-          “¿Un grano de arroz?”
-          “Nada más. Pero no aceptes ese pequeño regalo de una familia donde haya muerto alguien.”

El hombre salió pronto en su búsqueda obsesiva. Pidió por doquier con insistencia, sin tregua. Pero en todas las casa y en todos los casos alguien había muerto.
El grano de arroz adecuado quedaba siempre invalidado.
Fueron tantas las veces que escuchó la presencia de la muerte que en el océano del dolor universal encontrßo la paz de la comprensión.
La lágrima del dolor individual fue absorbida por el mar inagotable de la vida, en movimiento permanente. Las olas del dolor personal se realizaron en la mágica unidad del agua.
Fue un diamante de compasión recomendado por Buda. Abundante, cercano, eterno y simple como un grano de arroz.
Nada más.

Tuesday, May 14, 2013

Vasalisa la sabia

Este cuento lo he extrahido completamente del libro de Clarissa Pinkola Estés titulado “Mujeres que corren con los lobos”. Según la autora, este cuento es proveniente de Europa del Este: Rusia, los paises Bálticos, Rumanía y la zona que antes era Yugoslavia. En su libro Clarissa Pinkola explica que es un cuento de iniciación femenino que trata el tema del instinto.

Vasalisa la sabia

Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.
La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco. 
—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas bo- tas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores. 
—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tie- nes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija. 
Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió. 
La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía. 
Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se queja- ba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche. 
Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa. 
—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá. 
Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas. 
Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad?
—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tene- mos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea. 
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa. Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado. Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo:
—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza. A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca. 
—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda? 
La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca. 
De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz. 
La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsa ba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato ba- rriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás. 
Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño. 
La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes. Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó:
—¿Es ésta la casa que buscamos?
Y la muñeca le contestó a su manera: 
—Sí, ésta es la casa que buscas.
Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos:
—¿Qué quieres?  
La niña se puso a temblar. 
—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego. 
Baba Yagá le replicó:
—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligen- te... has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama? 
Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar: 
—Porque yo te lo pido. 
Baba Yagá ronroneó. 
—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta. 
Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta. 
Baba Yagá la amenazó: 
—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario... —Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—. De lo contrario, hija mía, morirás. 
Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno. En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.
—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, se- para el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín. 
Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche. 
Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.
—¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo? 
La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir. 
A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo: 
—Eres una niña muy afortunada. 
Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmedia- tamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.
Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio. 
—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semi- llas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido? Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse. 
—¿Cómo voy a poder hacerlo? 
Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: 
—No te preocupes, yo me encargaré de eso. 
Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo: 
—Vete a dormir. Todo irá bien. 
Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja re- gresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal
—¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. 
Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semi- llas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicie ron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio. 
—¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.
—¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa. 
—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona. 
Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.
—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día. 
—¿Y el hombre rojo del caballo rojo?
—Ah, ése es mi Sol Naciente. 
—¿Y el hombre negro del caballo negro?
—Ah, sí, el tercero es mi Noche. 
—Comprendo —dijo Vasalisa.
—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? ——dijo la Yagá en tono zalamero. 
Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar: 
—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona. 
—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así? 
—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo. 
—¡¿La bendición?! —chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?! En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—. Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más. Vete de aquí. 
Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que to- mar el fuego y emprender su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca. Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su pe- so y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.
Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanas- tras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque. El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.
Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las her- manastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado re- petidamente encender otro, éste siempre se les apagaba. 
Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.


N. de la T.* Baba Yaga en ruso, literalmente, Mujer Hechicera.

Friday, May 10, 2013

Minos y el laberinto de Knossos


Esta es la historia del rey Minos, quien gobernó Creta durante su época de mayor apogéo. He recopilado esta historia de diferentes fragmentos expuestos en la red. Disfruten, y si encuentran alguna falta avisen. Gracias!

   * * *

Es bien sabido que Europa llegó a Creta a lomos de un toro. Ese toro había sido el dios Zeus y de su sagrada unión nació Minos quien fue respetado y fielmente servido como rey.


Minos fue criado junto con sus hermanos, Radamantis y Sarpedón por el rey de Creta, Asterión. Cuando este murió los tres hermanos contendieron por el trono. Minos afirmaba que el trono era suyo por derecho divino y rezó a los dioses para que mandaran un toro desde el océano como signo de confirmación. Selló esa súplica además con un juramento, diciendo que iba a sacrificar ese mismo animal de inmediato, cómo ofrenda y como símbolo de seguir siendo servicial a pesar de ganar la corona.

El toro apareció y a Minos le fue concedido la corona. Pero cuando contempló la majestuosidad del animal que fue enviado, consideró la gran ventaja que sería poseer semejante especimén. Y así decidió arriesgar un cange, que confió que el dios no tomaría mucho en cuenta. En el altar de Poseidón se ofrendó el toro blanco más valioso de su manada, mientras que el toro salido del mar fue llevado a la pradera, junto a las demás vacas.


El imperio de Creta prosperó inmensamente bajo la jurisdicción de su muy celebrado legislador que era modelo de virtud pública. Knossos, la capital, se convirtió en el lujoso y elegante centro de la supremacía comercial del mundo civilizado. La flota cretense zarpaba velas a cada isla y cada puerto en el Mediterráneo. Los cretenses apreciados en Babilonia y en Egipto. Los pequeños y aventados barquitos incluso atravesaban las compuertas de Hércules que daban paso hacian el mar abierto, tomando ruta hacia el norte para llenar sus compartimentos de oro de Irlanda y Estaño de Cornwall. Y también partían con rumbo hacia el sur, circumvalando el estrecho de Almadies en Senegal hasta las remotas tierras Yorubas, dónde se aprovisionaban de marfil, piedras preciosas y esclavos.


Pompeii_-_Casa_dei_Vettii_-_Pasiphae_Wikipedia
Mientras el imperio prosperaba, Minos estuvo ausente de su palacio, entretenido defendiendo las rutas comerciales. Pero en casa, el dios Poseidón hayando el momento idóneo y haciendo empleo de su poder para ejercer la venganza sobre el juramento quebrado, inspiró a la reina Pasífae para que se perdiera en una incontrolable pasión por el toro blanco y radiante salido del mar. Pasífae no calló en la sospecha de estar hechizada, pues conocía la historia de proveniencia de su marido y por eso no pensó caer en gran falta e incluso le pareció algo natural el enamorarse de ese ejemplar de toro divino. Se paseaba por la pradera dónde pasteaba el toro esperando poderlo atraer con su hermosura y su ropa brillante. Pero el toro no se inmutaba y seguía pastando.

Se hayaba en ese entonces en Creta Dédalo, un maestro artesano de Atenas conocido en toda la Egeis. Para ese entonces él había sido expulsado de su ciudad natal y atendía en la corte del rey labrando muñecas de madera animadas para deleitar a la monarquía. A él se confió Pasífae y así fue como el artesano con la ayuda de erotes, labró una vaca de madera a semejanza de una vaca del ganado a la que el toro estaba acostumbrado. Luego sacrificó la vaca y tomó su piel y cubrió la escultura con ella. La vaca de madera estaba hueca por dentro y a través de una portesuela en la parte trasera Pasífae podía entrar, posicionándo las piernas en los cuartos traseros de la escultura. Luego Persífae encantó a Dédalo para que no pudiera contarle a nadie su secreto. Y de esta manera, posicionando la escultura en la pradera, dónde el toro solía pastar, Pasífae entró ansiosa en la vaca de madera. Al poco tiempo el toro se acercó y se emparejó con ella. 


Photographer: Marie-Lan Nguyen
A los pocos meses Persífae quedó embarazada y la criatura que nació de ella no fue enteramente humana. Su pequeño hijo nació con cuerpo de hombre y cara y rabo de toro. Ella lo bautizó Asterios, pero pronto sería conocido en todo el mundo con su nombre de bestia: el minotauro.

La desgracia de la disnastía estaba sellada. La corte estaba horrorizada. ¿Cómo hubiese podido saber Pasífae que de la unión de esa indiscreción nacería un monstruo? Con cada año el niño monstruo crecía más hasta que en poco tiempo se convirtió en un verdadero peligro para toda la ciudad desarrollando rasgos caníbales.

La vergüenza y el miedo se apoderó del reinado. La sociedad culpaba profundamente a la reina por esta desgracia, pero el rey una vez regresado a tierras nativas, reconoció la parte que había tomado en esta desgracia, pues recordaba bien la proveniencia del toro y el juramento quebrantado a Poseidón.


Photographer: AlMare_Wikipedia
Nuevamente fue llamado Dédalo, el carpintero, esta vez a pedido del rey. Este le pidió construir una jaula capaz de retener a la bestia. Así fue como Dédalo ideó y construyó el laberinto de Knossos con enrevesadas vueltas, bifurcaciones y pasillos que terminaban en la nada para desorientar los sentidos e impedir la huida. Poco se sabe del laberinto excepto que su construcción total era circular y que debido a sus elaborados mecanismos era imposible salir de él. Se dice que Dédalo mismo por poco no halla la salida después de haber terminado la obra.


Es allí dónde encerraron al Minotauro, y para satisfacer su hambre canibal de bestia, tenian que darle en sacrificio jovenes y doncellas traidos con los barcos de las naciones conquistadas por los cretenses. Se sabe que por ejemplo Atenas debía ofrendar cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas como tributo a Creta. Y así fue como llegó Teseo a Creta y puso fin al Minotauro, pero eso ya es otra historia.